sábado, 28 de febrero de 2009

La mujer más hermosa del mundo

Sucedió que el hombre estaba orgulloso de tener la mujer más hermosa del mundo y terriblemente celoso porque la deseaban todos los hombres del mundo.
Y como tenía los ojos más hermosos del mundo por los que todos los hombres querían ser mirados, el hombre, terriblemente celoso, le ausentó el párpado izquierdo. Como los hombres soñaban en recorrer con sus bocas y manos los senos más hermosos del mundo, el hombre le desprendió el seno derecho y, finalmente, le cortó una parte de su pierna derecha para evitar la tentación de los hombres por las piernas más bellas del mundo.
El hombre vendió su mujer al director del circo que pasaba por la ciudad. Éste la vistió con una túnica que partía de su ojo izquierdo, pasaba por su seno derecho y le cubría totalmente las piernas.
Y todos los hombres del mundo iban al circo a ver a la mujer más hermosa del mundo.

Anónimo

viernes, 27 de febrero de 2009

Acercamiento

Una galera tan antigua y digna. Ahí, con sus cuatro cuerdas al viento. Cernícalos ciclópeos se aproximaron a la proa. Nadie soplaba un tango por aquel viejo saxofón.
El tintineo de las copas invitaba al vino. Tú no estabas ahí.
El minotauro se acercaba corriendo y agitando su mano.
No otra vez.
Tu mano se encontró con la mía y yo desperté exudando mi confianza por los poros.

Lauro Zavala

jueves, 26 de febrero de 2009

Ajedrez

Si dice que el juego del ajedrez originariamente era una técnica de adivinación que interpretaba el resultado de la batalla entre las fuerzas eternas del Ying y del Yang.
Más tarde en Praga, con la humedad de un sótano como testigo, un hombre de ojos tristes vislumbró el ajedrez como un castillo habitado por reyes, damas, caballos y alfiles invisibles, custodiados por peones sonámbulos y torres que no duermen. Mientras en Buenos Aires, con fervor, un hombre de ojos que miran al infinito, poetizó que Dios mueve al jugador, y éste a la pieza... ahora, yo solitaria, en el silencio de una ciudad sumergida, sobre mi cuadrícula de luces y de sombras, veo cómo el caballo traza una ele movido por mi mano, y relincha como una señal de la escritura de Dios, deseoso de que algún día, esta secreta partida pueda finalizar en tablas.

Nana Rodríguez Romero

miércoles, 25 de febrero de 2009

J.R.J. contempla el crepúsculo

“Señor, el crepúsculo”, anunciaba puntual a la tarde la doncella entrando en el salón de Mr. Ruskin, algún tiempo después de consumido el té. Y entonces, Mr. Ruskin iba al jardín.

Luis Cernuda

martes, 24 de febrero de 2009

El monje loco

Lo he vuelto a ver, no hace mucho. Sus cejas muy apretadas sobre la nariz, sus facciones estrujadas; las ropas cenicientas, como carcomidas por la cal viva. La mirada era errátil, deslumbrada, interrogante.
No sé explicar por qué me pareció ya muerto, que caminaba sobre su única pierna, muerto.
¿No recuerdas su voz radial, todos los días a las once, su voz cómicamente aterradora?

Guillermo Prieto

lunes, 23 de febrero de 2009

Parto con dolor

—Doctor —dijo el enfermo— ¿podré tomarme unos tragos?
—Mire —dijo el médico, llenando de humo la habitación—. Hay casos en que la sulfametoxipiridazina, como toda sulfa, produce con el alcohol cierta cristalización. Claro que también hay casos en que no ocurre nada.
El enfermo, reclinándose evidentemente molesto, ahuyentó el humo con una revista y prosiguió la embestida.
—Oiga, doctor, ¿y qué pasa con esto de las cristalizaciones?
—bueno, lo que ocurre es que se forman unos cálculos.
—¿Unos cálculos?
—Sí, cálculos, unas piedrecillas que se expulsan por ahí y, créame, con más dolor que si estuviera pariendo un ropero de tres cuerpos.
Por la tarde lo visitaron sus amigos y la señora del enfermo sirvió galletitas saladas y aguardiente de Chillán.
—¿No te tientas con un traguito? —le dijo a su esposo levantando la botella.
El enfermo había reflexionado bastante y su conclusión era ésta: hay una sola manera de saber si uno es de aquellas personas en quienes el alcohol cristaliza con la sulfametoxipiridazina, una sola.
—Bueno, vieja, sírveme un poco. Total...
Por la noche el enfermo tuvo los primeros síntomas. Decayó. Una semana después, comenzaron las contracciones, muchísimo antes de los nueve meses reglamentarios, entre fiebres y alaridos, comenzó a nacer un hermoso y sano ropero.
Cuando ya había visto la luz el segundo cuerpo, llegaron los vecinos y los curiosos. Si bien el ropero vivió, el enfermo, no dando abasto su organismo, hubo de quedarse —para tristeza de todos— en el parto.

Poli Délano

domingo, 22 de febrero de 2009

El tigre enfermo

Un tigre que cuando cachorro había sido capturado por humanos, fue liberado luego de varios años de vida doméstica.
La vida entre los hombres no había menguado su fuerza ni sus instintos; en cuanto lo liberaron, corrió a la selva.
Ya en la espesura, sus hermanos, teniéndolo otra vez entre ellos, le preguntaron:
—¿Qué has aprendido?
El tigre meditó sin prisa. Quería transmitirles algún concepto sabio, trascendente. Recordó un comentario humano: “Los tigres no son inmortales. Creen que son inmortales porque ignoran la muerte, ignoran que morirán”.
Ah, pensó el tigre para sus adentros, ése es un pensamiento que los sorprenderá: no somos inmortales, la vida no es eterna.
—Aprendí esto —dijo por fin—. No somos inmortales, sólo ignoramos que alguna vez vamos a...
Los otros tigres no lo dejaron terminar de hablar, se abalanzaron sobre él, le mordieron el cuello y lo vieron desangrarse hasta morir.
—Es el problema de los enfermos de muerte —dijo uno de los felinos—. Se tornar resentidos y quieren contagiar a todos.

Marcelo Birmajer

sábado, 21 de febrero de 2009

Antiguas cosas

Hablábamos de las antiguas cosas. Los recuerdos deshacían su sencillez sin apenas prisa, tenían que ver con la manera posesiva de contar las nubes, o con el día en que descubrimos el lucero del alba. También nos gustaba tratar de las marcas que los caracoles dejan de noche en los jardines. Alguien dijo: Una vez llovió rosa pálido, sin embargo, nosotros fuimos ajenos a aquel suceso. Hicimos memoria del sabor de algunas palabras pronunciadas por primera vez, de su dramatismo o de la complejidad emocionada que provocan. Do fondo, el mar era el gran indolente, el que existe sólo para ser visto. En un momento, sin poder evitarlo, toqué a mi interlocutor y sentí el frío de cuantas cosas están desprovistas de alma, y me puse triste, y para que él no advirtiera que estaba muerto seguí hablándole.

Rafael Pérez Estrada

viernes, 20 de febrero de 2009

El hombre migratorio

Enoch, de Rumania, soñó una noche que la muerte le daba alcance en un bosque de alerces nevados y ríos de escarcha. Al despertar, su mente simple concibió un plan simple. Con las primeras lluvias de otoño emigró al hemisferio sur y, seis meses después, volvió a escapar del invierno retornando a su patria. Desde entonces sigue eternamente a las golondrinas en cautelosos barcos. Es entre los inmortales el más bronceado.

Guillermo Martínez

jueves, 19 de febrero de 2009

La memoria confusa

Un viajero tuvo un accidente en un país extranjero. Perdió todo su equipaje, con los documentos que podían identificarlo, y olvidó quién era. Vivió allí varios años.
Una noche soñó con una ciudad y creyó recordar un número de teléfono y, al despertar, consiguió comunicarse con una mujer que se mostró muy dichosa de recuperarlo. Se dirigió a la ciudad y vivió con la mujer, y tuvieron hijos y nietos.
Pero esta noche, tras un largo desvelo, recuerda su verdadera ciudad y su verdadera familia, y comprende que lo que le rodea no puede ser real. Tiene miedo de encender la luz, y permanece inmóvil, escuchando los ruidos de la noche.

José María Merino

miércoles, 18 de febrero de 2009

Antídoto para la tristeza

Si te despiertas triste y la tristeza se te pasa mientras te lavas los dientes, sal a la calle y llama al muchacho que agita periódicos en la esquina. En la primera página, marco superior izquierdo, en diez centímetros cuadrados, verás un presidente que sonríe. Entonces no habrá más tristeza en el mundo. El asunto, pienso ahora, es que deberías ver el periódico desde el sueño para que no te despierte la tristeza y el mundo acabe de hacerse antes de que abras los ojos y sonrías.

Triunfo Arciniegas

martes, 17 de febrero de 2009

Un lago

El viejo entró a su casa, apoyó suavemente el hacha contra alguna forma vertical y cerró la puerta.
Deslumbrado por la oscuridad, al principio sólo escuchó olas y viento que rompían sobre una playa. Luego poco a poco, apareció a sus pies el lago buscando extensión hasta el horizonte. Antiguos bosques cubrían las márgenes y cortaban el aire cantos de pájaros exóticos.
No se inquietó: con los años había aprendido que el asombro demora inútilmente la fatalidad.
Extrajo anzuelos y tanza de un cajón y, arrugando la frente, definió una orilla para pescar.

Jorge Accame

lunes, 16 de febrero de 2009

Mi cara

—Hijo mío, hijo mío...
Por fin encendió una lamparita y vi su cuerpo. Pero su cara quedó en la oscuridad.
Yo le dije “mamá”.
Me pidió que la abrazara. Y sentí sus uñas clavarse en mis hombros: pronto noté la humedad de la sangre.
—Hijo mío, hijo mío, bésame.
Me acerqué y la besé. Y sentí sus dientes clavarse sobre mis labios: la sangre corrió por mi cara, húmeda.
Se separó de mí un instante y pude ver su vientre. Dentro de sus entrañas había un ternerito que dormía. Y la cara del ternero era mi cara.

Fernando Arrabal

domingo, 15 de febrero de 2009

Jaqueca

El Sr. Gdjskp sufre constantemente dolores de cabeza, intensos dolores. La molestia ahora se presenta mientras sube por la escalinata del edificio más publicitado de la ciudad, no resiste, imposible seguir existiendo. Suelta el portafolios, se sienta, toma su pañuelo, coloca la mano izquierda debajo de la quijada, la derecha en la nuca, cierra los ojos, empuja hacia arriba...
Ya sin cabeza el Sr. Gdjskp camina tranquilo, si tuviera un rostro mostraría una sonrisa. Uno de los conserjes del edificio ha depositado la cabeza abandonada en un basurero, la sexta en dos días.

Armando Páez

sábado, 14 de febrero de 2009

Isla Negra

Cuando conocí la casa de Neruda en Isla Negra me contaron que la gente del pueblo había impedido que la saquearan los militares. Se trata de una casa llena de objetos: un caballo de infancia, botellas de todas las formas imaginables, insectos y caracoles y piedras y mascarones. Precisamente en la sala donde están éstos reunidos, los visitantes nos quedamos silenciosos. Entonces Jenny Lind me dijo que ella y los otros mascarones enfrentaron a los forajidos junto con la gente, ahuyentándolos para siempre.
Conteniendo la emoción miré al mar violento desde esa altura, escuchando todavía las palabras de Jenny Lind: “Hablo para muy pocos, sólo para quienes sospechan nuestro secreto cerca del hogar, recordando a piratas, a tabernas y a poetas”.

Gustavo Zappa

viernes, 13 de febrero de 2009

Yo vi matar a aquella mujer

En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.
El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.
Yo grité. Vinieron los guardias.
Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
—Éste ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.
En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.
Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte.
—Vean ustedes —dije a los guardias—. Vean… El asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.

Ramón Gómez De La Serna

jueves, 12 de febrero de 2009

El otro él

Bajando mi amigo la escalera, al llegar a cierto sitio, aparecía de pronto, en él, el otro él. Jamás faltó. Ignoro si él lo sabía, si se daba cuenta que se le veía algo que él quizás ignoraba que llevaba en sí.
Yo le veía el otro él desde arriba, abierta aún la puerta de mi casa en su despedida, en un raro escorzo feo, antipático, molesto.
No se le parecía en nada. Era como un escamoteo rápido de algún él extrahumano. Se componía de todo él, sin él, o con él deformado, abollado, ennegrecido, pasado por sacristía, horno y ataúd, en triple negrura desagradable y fantástica. Como un él posible e imposible.
Venía a casa. Hablábamos, reíamos, pensábamos; él escandaloso y aparatoso, yo exaltador y llameante. Jamás se me ocurría pensar en el otro. Pero al irse, llegando al sitio aquel de la escalera, el escorzo claudicante, oscuro y enigmático aparecía un instante y se iba con él.

Juan Ramón Jiménez

miércoles, 11 de febrero de 2009

Fábulas

Siguiendo el ejemplo de los cuentos de “Las Mil y Una Noches”, el reo comienza a relatar fábula tras fábula a su verdugo, con el fin de entretenerle y retrasar al máximo el momento de su muerte. Pero ocurre que, en mitad de la noche, se le acaban de pronto las historias y ya no puede encontrar ni una sola en su cansada memoria.
Aterrado y creyendo próximo su fin, mira al verdugo, aliviado comprueba que éste se ha quedado profundamente dormido con la afilada hacha entre sus manos. Así que ahora ya más tranquilo, piensa que en realidad, él nunca fue un buen narrador de historias, y que sin duda alguna, ha dormido de aburrimiento a su verdugo. Aprovechando esta circunstancia le quita con suavidad el hacha, y en el preciso momento en el que la levanta para descargarla sobre la nuca del durmiente, éste, sonámbulo, se incorpora, comenzando a relatar de modo tan magistral los maravillosos sueños por los que en esos instantes viaja, que al punto queda el reo totalmente embelesado.
Cuando amanece, el verdugo despierta y aprovechando que en virtud del dulce encantamiento el reo duerme ahora apaciblemente, le quita a su vez el hacha, y la historia vuelve a comenzar desde el principio, con el asustado reo contándole de nuevo fábulas al verdugo, etc. Repitiéndose así perfecto, el mágico tiempo circular en el que ambos se perdonan mutuamente la vida.

Julia Otxoa

martes, 10 de febrero de 2009

Iniciales

Se encendió la luz en el living comedor. La certeza de que había alguien más. La policía secreta nos tomó por sorpresa. Íbamos a comenzar una nueva etapa en nuestras vidas. Eso dijeron. Una etapa de la que nuestros padres no nos habían advertido, justamente porque la ignorancia era la clave. O tal vez, porque una vez vivida es olvidada. Supimos entonces que nos embarcábamos en un presente desplazado. Se nos permitió una llamada telefónica. Me comuniqué con mis padres. Se alarmaron. En el pequeño hotel en que vivíamos las condiciones eran precarias. Recuerdo un ascensor exiguo y oscuro y la humedad del subsuelo trepando por mis piernas mientras dormía. Recuerdo el sabor amargo de los narcóticos y la proximidad de las ratas. Y por último la luz intensa y dolorosa del día en que nos dieron de alta porque habíamos aprendido. No supe qué pero tampoco me atreví a desmentirlo cuando aquel doctor nos lo comunicó. Y eso fue todo, al menos todo lo que hasta hoy recuerdo de vez en cuando. Pero aún conservo en mis pijamas esas extrañas iniciales que todavía algunos confunden con una marca de ropa.

Débora Vázquez

lunes, 9 de febrero de 2009

El caso Arístides

Desde que tuviera uso de razón, Arístides no articuló sonido: él aguardaba. Confiaba en ser capaz, cuando la muerte lo acechase, de convocar sus sueños, su rabia, sus penas y sus años, y resumirlo todo en un alarido o en una carcajada. Sería sólo una voz, descomunal y precisa, que ahuyentaría a la muerte cuando llegase a buscarlo.
El silencioso Arístides murió un veintitrés de julio en su habitación mientras dormía, con una ligera sonrisa asomándole en la boca.

Andrés Neuman

domingo, 8 de febrero de 2009

Koans modernos

10
—Mi inefable instructor, alguien me comentó que en algo así como el Tercer Mundo, que no sé dónde está, hay pueblos que todavía cantan canciones.
—Instruido poco informado: son pueblos subdesarrollados que no tienen grabadoras y cintas para grabarlas y dejar que otros canten por ellos. Desconocen el confort.


12
—Así no puedo vivir, mi querido entrenador. Cada vez que me encuentro con una americana o norteamericana, pintarrajeada como una cacatúa, el pelo siempre rubio, dinámica y alegre, con un vaso de gin & tonic en la mano, me asalta una violenta tentación de preguntarle si ella es un producto natural y tengo miedo de ofenderla.
—Tu miedo es vano. Haz la pregunta y te responderá que toda ella es producto de la mano del hombre.


13
—Transmisor, ayúdame. Qué debo responder cuando una mujer, mi amante o mi esposa, me pregunta como un reproche: ¿qué te pasa otra vez? ¿hay otra mujer en tu vida?
—Oh, mi pobre receptor, desconocedor de la psicología. Responde que sí, que con mujeres como tú, que hacen esas pregunta, siempre, pero siempre hay otra mujer. Y tú lo sabes.

Pablo Urbanyi

sábado, 7 de febrero de 2009

Sueño y vigilia

Podemos hablar de los sucesos del sueño única y exclusivamente por comparación con los de la vigilia.

Yo, que en los sueños vuelo con la naturalidad innata de las aves, en la vigilia tengo dificultades para saltar el agua de las zanjas cuando llueve un poco.
Yo, que en los sueños traduzco del latín al ruso, del griego al alemán o del quichua al guaraní, en la vigilia lucho con mi idioma natal para saber dónde van las tildes, las haches y las zetas.
Yo, que en sueños no necesito más que abrir los ojos o afinar el oído para comprender el sentido último del arte, en la vigilia confundo izquierda con derecha, arriba y abajo y, a veces, me quedo helado ante las tres luces de un semáforo.
Yo, que en sueños domino la perspectiva histórica de la humanidad, hito por hito, pueblo por pueblo, desde el Big Bang hasta el año 1998 de la era cristiana (5759 del calendario hebreo), en la vigilia no justifico que mi padre haya nacido antes que mi hijo.

Podemos hablar de los sucesos del sueño única y exclusivamente por comparación con los de la vigilia. Se los digo yo, que en sueños escribí lo que ustedes leen ahora y en la vigilia no hago otra cosa que esperar el sueño.

Alejandro Martino

viernes, 6 de febrero de 2009

El niño y el mar

Por las mañanas, el niño cava un pozo en la arena de la playa. Antes del mediodía, con suma paciencia y presteza, comienza a acarrear agua desde el mar hasta el pozo en su pequeño, ínfimo balde. Hacia el atardecer, cuando su madre insiste en que deben marcharse, él se despide de la luna vespertina prometiéndole lograr un día vaciar todo el océano. A continuación, el agua filtra por el fondo del pozo y se restituye al mar lentamente, de modo que antes del anochecer vuelve a subir la marea.

Juan Romagnoli

jueves, 5 de febrero de 2009

Odio

Quiero entenebrecer la alegría de alguien.
Quiero turbar la paz del que está tranquilo.
Quiero deslizarme calladamente en lo tuyo para que no tengas sosiego; justamente como el parásito ha tenido el acierto de localizarse en tu cerebro y que te congestionará uno de estos días, sin anuncio ni remordimiento.

Pablo Palacio

miércoles, 4 de febrero de 2009

Encuentro desigual

Lo conoció una noche en el bar. Desde entonces se sientan a la misma mesa.
—Cuidado, porque vengo de otra parte.
—No importa de dónde vengas.
Se toman de las manos, se observan.
Tanto tiempo sin amar; ya casi no recuerdan.
Ella elige un día. Lo arrastra hasta su puerta.
—No insistas.
—Quiero que vengas.
La sigue y ambos entran.
Ella se desnuda, se le acerca.
Él se deja tomar por ella la cabeza, se deja acariciar, la observa.
Ella sonríe hasta que llega a su frente. Se detiene allí, tuerce la mueca.
—¡Qué es esto! ¿Quién eres?
Siente dos cuernos que la aterran.
—Te dije que era de otra parte, contesta.
Y la ve cómo se chamusca, cómo se quema.

Andrea Maturana

martes, 3 de febrero de 2009

Último cuento

—En sus cuentos breves el tema de la muerte suele aparecer con cierta frecuencia, ¿a qué se debe?
—No es un tema privativo de mis cuentos, habrá notado que en la vida también suele aparecer con cierta frecuencia.
—¿No teme jugar con la muerte?
—Soy un escritor temerario.
—¿Qué está escribiendo ahora?
—Un cuento trivial: el escritor que dialoga con la Muerte y la muy pícara lo sorprende en la mitad de una palabra.
—¿Cuál palabra?
—No sé, pero seguramente le va a faltar la última silaba y el cuento quedará inconclu

Juan Carlos García Reig

lunes, 2 de febrero de 2009

Oído al pasar

Sería a todo dar que la vida no se nos hiciera vieja, pero de repente amanecen los días todos arrugados. Las horas se apeñuscan y se van de un jalón las dos, las tres, las cuatro, y sin darnos cuenta ya anocheció; y uno ahí metido entre la vida amarillenta y desgastada, con un montón de minutos inservibles en los que no sucede nada porque ya sucedió. Y es que a veces nos toca una vida de segunda mano que otro ya vivieron. En la mía ya alguien me ganó ser torero, otro se casó con la mujer que yo quería, uno más se hizo rico con mi trabajo y hubo hasta quien se murió por mí. Así que no me dejaron nada por hacer. Y la vida cada vez más reseca y carcomida. Hay semanas que empiezan y no terminan; se repiten los domingos todos los días porque no tienen fuerzas para hacerse lunes. Y, si acaso lo logran, comienzan a las seis de la tarde, cuando ya el sol se está poniendo y las mujeres tapan a los pájaros y los viejos recuerdan a sus muertos. Ni modo, a algunos nos toca vivir con la vida toda manoseada por los demás; yo no sé cómo le hacen para llegar los primeros y estrenarla. La única ocasión que yo vi amanecer estaba nublado y ni los gallos cantaron, así que me volví a dormir hasta que mi patrona se dio cuenta y me corrió. Le quise explicar y se hizo la desentendida. Por eso digo que la vida se parece a mi patrona, pasa frente a nosotros sin vernos ni oírnos, sin detenerse. Y la vemos alejarse sin vivirla. Yo llevo mucho tiempo viéndola pasar y cada año la noto más lejana, más llena de gente que no encuentra la salida. Y cómo no, si a estas alturas, cualquier fin de semana, de mes o de año, se junta con el fin de siglo. Pinche vida, y luego no queremos que esté vieja.

Martha Cerda

domingo, 1 de febrero de 2009

El enmascarado

¡Ah, estar esperándolas! En las esquinas, en el interior de los portales, oculto entre los árboles. Verlas es despedirse de sus amigas, de sus novios, y avanzar solitarias, decididas, por la calle en penumbra. Sentir el roce de sus medias, como el agua corriendo por un cristal, el leve corred de sus faldas, como ramas movidas por el viento… Y empezar a seguirlas.
Hacerlo a escondidas, buscando obstinadamente el momento más secreto. Saltar de árbol en árbol, atajar por oscuros solares, dejándolas de ver brevemente, para volver a hacerlo instantes después desde la tapia aceitosa, apartada. Esperar a que lleguen allí, verlas avanzar leves y confiadas, como patinadoras, por la calle bañada por la luz de la luna y, finalmente, salir del escondite y cortarles el paso. Sentir sus cuerpecitos tensos, excitados, el loco palpitar de sus corazones, y hacerlas callar con la fuerza de la mirada. Iniciar el largo recorrido de las caricias, y verlas cambiar su resistencia inicial por una temblorosa conformidad, doblegarse ante el mandato del enmascarado, ceder absolutamente ante el empuje del arma adorable.
Poder asaltarlas dulcemente, no para hacerles daño, para sumirlas en la indignidad y el rencor, sino para ensalzarlas, para hacerlas sentirse dichosas y elegidas. Ser el tránsfuga amable, el proscrito enamorado, el asesino tierno, y abrazarlas profunda e intensamente, como llevándoselas sanas y salvas por el filo peligroso de las cosas, como conduciéndolas a un reino secreto.

Gustavo Martín Garzo