—Doctor —dijo el enfermo— ¿podré tomarme unos tragos?
—Mire —dijo el médico, llenando de humo la habitación—. Hay casos en que la sulfametoxipiridazina, como toda sulfa, produce con el alcohol cierta cristalización. Claro que también hay casos en que no ocurre nada.
El enfermo, reclinándose evidentemente molesto, ahuyentó el humo con una revista y prosiguió la embestida.
—Oiga, doctor, ¿y qué pasa con esto de las cristalizaciones?
—bueno, lo que ocurre es que se forman unos cálculos.
—¿Unos cálculos?
—Sí, cálculos, unas piedrecillas que se expulsan por ahí y, créame, con más dolor que si estuviera pariendo un ropero de tres cuerpos.
Por la tarde lo visitaron sus amigos y la señora del enfermo sirvió galletitas saladas y aguardiente de Chillán.
—¿No te tientas con un traguito? —le dijo a su esposo levantando la botella.
El enfermo había reflexionado bastante y su conclusión era ésta: hay una sola manera de saber si uno es de aquellas personas en quienes el alcohol cristaliza con la sulfametoxipiridazina, una sola.
—Bueno, vieja, sírveme un poco. Total...
Por la noche el enfermo tuvo los primeros síntomas. Decayó. Una semana después, comenzaron las contracciones, muchísimo antes de los nueve meses reglamentarios, entre fiebres y alaridos, comenzó a nacer un hermoso y sano ropero.
Cuando ya había visto la luz el segundo cuerpo, llegaron los vecinos y los curiosos. Si bien el ropero vivió, el enfermo, no dando abasto su organismo, hubo de quedarse —para tristeza de todos— en el parto.
Poli Délano
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