Lo conoció una noche en el bar. Desde entonces se sientan a la misma mesa.
—Cuidado, porque vengo de otra parte.
—No importa de dónde vengas.
Se toman de las manos, se observan.
Tanto tiempo sin amar; ya casi no recuerdan.
Ella elige un día. Lo arrastra hasta su puerta.
—No insistas.
—Quiero que vengas.
La sigue y ambos entran.
Ella se desnuda, se le acerca.
Él se deja tomar por ella la cabeza, se deja acariciar, la observa.
Ella sonríe hasta que llega a su frente. Se detiene allí, tuerce la mueca.
—¡Qué es esto! ¿Quién eres?
Siente dos cuernos que la aterran.
—Te dije que era de otra parte, contesta.
Y la ve cómo se chamusca, cómo se quema.
Andrea Maturana
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