sábado, 18 de abril de 2009

Amores entre guardián y casuarina

Plaza pública. Guardián enamorado de casuarina (secretamente incluso para sí mismo). Recorte de presupuesto municipal. Guardián trasladado a tareas de oficina. Casuarina languidece. Guardián languidece. Patéticos encuentros nocturnos. Con el correr de los días, casuarina transformada en palo borracho. Murmuraciones en el barrio. Una noche, trágico parto prematuro: vástago discretamente enterrado. Previsible crecimiento in situ de una planta desclasada y rebelde que se niega a permanecer atada a sus raíces pero tampoco quiere estudiar y bebe desordenadamente cerveza sentada en el cordón de la vereda.

Ana María Shua

viernes, 17 de abril de 2009

El charco

El charco creció, tomó el río, cubrió los continentes, mezcló los océanos. El planeta entero se hizo agua, una gran gota. El sol quiso tocar su propio reflejo, el vapor se esparció por el sistema planetario. El frío cósmico alteró las propiedades: acontecen en todos los mundos lloviznas y aguaceros. Algunos cráteres florecen.

Armando Páez

jueves, 16 de abril de 2009

Ciencia

En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy pequeño y muy extraño.
Si alzas el cristal y miras a través de él, verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus pensamientos. Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último porqué.
En algún lugar de Marte se halla ese cristal.
Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales.
Sabemos también que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos.
Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual.

Héctor G. Oesterheld

miércoles, 15 de abril de 2009

Sueño embarazoso

Hubo una mujer a quien un sueño embarazoso dejó preñada. La mujer no despertó, pero durante nueve meses todos vieron crecer su vientre dormido. El parto fue normal: el bebé es gordo, rosado, nítido. Sin embargo, cada vez que su madre despierta, se vuelve borroso, sus líneas se desdibujan, se lo distingue apenas de los pañales, de la batita, de la pañoleta que lo envuelve. Y pertenece otra vez, enteramente, al reino de su padre.

Ana María Shua

martes, 14 de abril de 2009

Historias para el Rey

Nunca pude imaginar que fuese tan agradable la función de contar historias para la cual fui nombrado por decreto del Rey. El nombramiento me tomó por sorpresa, porque jamás había ejercitado mis dotes de imaginación e inclusive tengo cierta dificultad para expresarme. Pero bastó que el Rey confiara en mí para que las historias me brotaran de la boca como agua de manantial. No necesitaba inventarlas. Se inventaban a sí mismas.
Este placer duró seis meses. Un día, la Reina fue a decirle al Rey que yo estaba exagerando. Contaba tantas historias que no había tiempo para apreciarlas, ni aun para escucharlas. El Rey, que juzgaba mi elocuencia un mérito, pasó a considerarla un defecto, y ordenó que yo sólo contase media historia por día y descansase los domingos. Me puse triste, porque no sabía inventar media historia. Mi incapacidad desagradó y fui sustituido por un mudo que narra por medio de señas y arranca los mayores aplausos.

Carlos Dummond De Andrade

lunes, 13 de abril de 2009

Pequeños cuerpos

Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.

Triunfo Arciniegas

domingo, 12 de abril de 2009

Relato pánico II

Detrás está una monja con una gran sartén sobre el fuego. Creo que está haciendo una tortilla; tiene un par de huevos gigantescos junto a ella. Cuando me acerco me mira fijamente y observo que debajo de su sotana, en vez de pies, aparecen dos ancas de rana.
En la sartén hay un hombre con un aire indiferente. De vez en cuando saca un pie —quizá se queme demasiado— y la monja se lo vuelve a meter. Ahora el hombre se ha quedado inmóvil y una especie de salsa le cubre. Esta sopa se vuelve espesa, ya no le veo más.
La monja me pide que vaya con ella a un rincón. La sigo. Y ya comienza a contarme obscenidades en un tono de murmullo. Para comprenderla mejor me acerco a ella y noto que acaricia mi sexo, pero no me atrevo a decir nada. Alguien se ríe detrás de nosotros, miro las manos de la monja y descubro que son dos ancas de rana.
Me doy cuenta de que estoy desnudo y temo que me vean así. Ella me dice que me meta en la gigantesca sartén para que nadie me vea. Me meto. La sopa cada vez está más caliente. Intento sacar un pie pero la monja me lo impide. La salsa me cubre por completo y el calor aumenta constantemente.
Ahora me abraso.

Fernando Arrabal

sábado, 11 de abril de 2009

Luz

En el principio fue la oscuridad. Oscuridad tan desquiciante que fue necesario encender, milenios después, millones de estrellas. Con las estrellas llegó la luz. Con la luz, las flores. Y en una flor comenzó a oler el universo.

Armando Páez

viernes, 10 de abril de 2009

Excesos de pudor

Orgulloso de la belleza de su mujer, el rey Candaulo hizo entrar en la alcoba matrimonial a Giges, su favorito, para que viese a la reina desnuda y lo envidiase. Giges las vio y, en efecto, la envidia le nubló los ojos. La reina, sin perder su aire altivo (cosa nada fácil cuando se está sin ropa), se plantó frente a Giges y le arrojó a la cara esta verdad: “Una mujer decente sólo se muestra desnuda delante de su marido”. Entonces Giges mató a Candaulo, se casó con la reina y ocupó el trono.

Marco Denevi

jueves, 9 de abril de 2009

Un lado y el otro

Se mueve en la cama, alza los brazos para protegerse de algo invisible, murmura palabras muy veloces que no alcanzo a entender y aunque la toque, aunque le grite y la sacuda no reacciona, me deja afuera, se queda despierta, del lado de la vigilia, o se duerme, quizá, pero en cualquier caso ya no sueña conmigo.

Ana María Shua

miércoles, 8 de abril de 2009

8

En Akaba dejó la huella de su mano en la pared de los abrevaderos.
En Gdynia se lamentó por haber perdido sus papeles en una riña de taberna, pero no quiso dar su verdadero nombre.
En Recife ofreció sus servicios al Obispo y terminó robándose una custodia de hojalata con un baño de similor.
En Abidján curó la lepra tocando a los enfermos con un cetro de utilería y recitando en tagalo una página del memorial de aduanas.
En Valparaíso desapareció para siempre, pero las mujeres del barrio alto guardan una fotografía suya en donde aparece vestido como un agente viajero. Aseguran que la imagen alivia los cólicos menstruales y preserva a los recién nacidos contra el mal de ojo.

Álvaro Mutis

martes, 7 de abril de 2009

Aparición

Si el hombre es polvo
Esos que andan por el llano
Son hombres

Octavio Paz

lunes, 6 de abril de 2009

El amor de las sirenas

Una de las sirenas había seguido al Arca durante varios días a través de un mar tempestuoso que prometía echar a pique la frágil embarcación a la menor falsa maniobra. A veces perdía el rastro, para luego, más adelante, encontrarlo en algún pez muerto que devoraba con fruición de un solo bocado, o en el vuelo lejano de un grupo de gaviotas que acompañaba al Arca en su ruta desconocida. Ella pensó que era como una cáscara de nuez a la deriva, o una tortuga flotando muerta o dormida en el océano.
La noche de la tormenta, al noveno día, Noé pensaba en la sirena mientras finalizaba sus notas. Recordaba los ojos huidizos que comenzaban en aquel momento a hundirse en el agua y que sabía perdidos para siempre. La memoria era un débil coleóptero sobrevolando la escasa luz del candil, una máscara gastada por el tiempo y arrojada a la calle. Recordó como en un sueño un grupo de mujeres vendidas en una subasta pública la noche del gran incendio de Alejandría. Recordó a otras que había poseído en la intimidad de una alcoba a las orillas del Tana, a otras que nunca conocería, porque sus días estaban contados como las estrellas del cielo.
Lo último que sintió al apagarse el candil y ser arrastrado por la tormenta al fondo del agua, fue la mirada más triste del mundo a su lado, la cabellera de algas verdinegras, las manos húmedas que lo desnudaban en el silencio de las profundidades y unos diminutos dientes de pez que comenzaban a devorarlo despacio, casi amorosamente.

Wilfredo Machado

domingo, 5 de abril de 2009

La manzana y la ley

La flecha disparada por ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.

Ana María Shua

sábado, 4 de abril de 2009

Cuando Dios quiera

Yo vivía por entonces con una vieja y ella me preguntaba a veces: “¿Cuándo vas a ordeñar?”. Y yo respondía: “Después de comer”. Al rato le preguntaba yo a la vieja: “¿Cuándo comemos?”. Y la vieja decía: “Cuando Dios quiera”. Así nos pasábamos buena parte de los días. Luego me hice grande, cursé estudios medios y superiores y llegué a saber que, en efecto, la vida es tan difícil como los filósofos explican en sus libros.

Luis Landero

viernes, 3 de abril de 2009

El maestro traicionado

Se celebraba la última cena.
—¡Todos te aman, oh Maestro! —dijo uno de los discípulos.
—Todos no —respondió gravemente el maestro—. Conozco a alguien que me tiene envidia y que en la primera oportunidad que se le presente me venderá por treinta dineros.
—Ya sé a quién aludes —exclamó el discípulo—. También a mí me habló mal de ti.
—Y a mí —añadió otro discípulo.
—Y a mí, y a mí —dijeron todos los demas. Todos, menos uno que permanecía silencioso.
—Pero es el único —prosiguió el que había hablado primero—. Y para probártelo diremos a coro su nombre sin habernos puesto previamente de acuerdo.
Los discípulos, todos, menos aquel que se mantenía mudo, se miraron, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor.
Las murallas de la ciudad vacilaron con el estrépito, porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre distinto.
Entonces el que no había hablado salió a la calle y, libre de remordimientos, consumó su traición.

Marco Denevi

jueves, 2 de abril de 2009

El anciano y los pájaros

“Qué lástima, dijo el anciano, que todos mis hijos y mis nietos se hayan muerto. Esta noche regresarán los diez pájaros que vendí hoy en la feria. Los mismos que vendo desde hace muchos años. Regresarán como siempre a la jaula. El último que llega cierra la puerta. Después la abren y sale uno detrás del otro para dormir sobre mi pecho, en mis sobacos, entre mis piernas y despertarme al día siguiente cantando y picotear en la barba unas migas de pan, unos granos de arroz, algún fideo, lo que cae del tenedor o la cuchara durante la cena, y beber unas gotas de vino, ese trago que no alcanza la lengua y se queda en los labios para ellos.
“Los cacé sin redes, sin tramperas, sin herirlos. Los cacé extendiendo los brazos y vinieron a posarse en mis manos. Diez dedos, diez pájaros. Eran pichones. No sabían cantar. Los puse en el suelo. Destapé una botella, la bebí, y cuando estaba vacía, mojé el corcho con la lengua y lo froté en la botella. Con esa música, les enseñé a cantar. ‘Así se canta’, les dije. Y cantaron. Después los llevé a la feria y los vendí. Esa misma noche regresaron. Siempre volvieron a la jaula.
“Qué lástima que todos mis hijos y mis nietos se hayan muerto. Qué lástima. Podría haberles enseñado el oficio de vender pájaros.”

Javier Villafañe

miércoles, 1 de abril de 2009

Cambio de roles

Al principio nos picaban los tobillos. Nos aliviábamos la picazón de las ronchas con pasta dentífrica, con rodajas de papa o de pepino. Después crecieron. Por una breve temporada fue posible emplearlos como bestias de carga o de tiro. Se dice ahora que nuestras actividades cotidianas, aún las más rutinarias, les causan un insoportable escozor. Como su tamaño excede el de nuestro concepto del cosmos, resulta imposible comprobar la existencia de semejante prurito.

Ana María Shua