martes, 31 de marzo de 2009

Amor

Desnudos se hacen el amor delante de la chimenea.
El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son un solo, rítmico latido.
Un solo, rítmico latido cada vez más pujante.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares.

Héctor G. Oesterheld

lunes, 30 de marzo de 2009

La mesa parlante

Entre los muebles que pertenecieron al médium Aksakovo Feitosa, subastados luego de su fallecimiento, estaba la mesa parlante que durante veinte años sirvió a sus trabajos. Aparentemente no se distinguía de cualquier otra mesa; sin embargo, el largo hábito de prestarse a experiencias había acabado por conferirle poderes independientes de la iniciativa humana.
Convertida en mesa de comedor en la casa del funcionario del Lloyd Brasileño que la remató, comenzó a levitar cuando la familia festejaba el cumpleaños de la hija menor, la niña Leonarda. El susto de los comensales fue inmenso, y los dejó sin habla. Pálidos, ansiosos por huir, y pegados a sus sillas, todos acompañaban los movimientos de la mesa sin que pudieran detenerlos.
El fenómeno duró cinco minutos. La familia volvió a moverse, pero los vasos estaban destrozados y el vino se escurría sobre el mantel. Junto al plato de Leonarda, una mancha roja formaba una cruz, que fue interpretada como presagio lúgubre.
El padre de la niña se deshizo del mueble donándolo a un asilo de ancianos. La niña creció y se casó con el noble italiano Papavincini, cuyo blasón encerraba una cruz como de sangre, y fueron muy felices. Es la primera vez que una historia de esas acaba en casamiento y felicidad.

Carlos Dummond De Andrade

domingo, 29 de marzo de 2009

Merienda al mariscal

Estoy en el merendero. Espero al mariscal que no vendrá, porque está muerto: mi tío Carlos Javier (mi Tito, como le decía cuando aún no existía una Yugoslavia en mi pequeño mapa). No era medio hermano de mi madre. No tocaba la guitarra ni el “tres”, ni era odontólogo, ni tenía tantos y tantos amigos, ni fue dueño, sucesivamente, de muchos automóviles. No, no murió de cirrosis hepática, ¡quién ha dicho!, por al alcohol.

(He ahí su retrato en negativo.)

A ratos parpadeo en el aire la ilusión de que ya se aproxima a nuestra mesa... y el camarero pregunta, solícito, ¿qué desean ustedes...? Yo respondo: la cuenta, por favor.

Guillermo Prieto

sábado, 28 de marzo de 2009

El amor ideal

Después de largos años de paciente y afanosa búsqueda, J. dio por fin con esa novia, esa mujer única a la que un hombre jamás debe dejar pasar.
Ella tenía los colmillos largos y agudos; él tenía la carne blanca y suave: estaban hechos el uno para el otro.

Poli Délano

viernes, 27 de marzo de 2009

Ballena mínima

En el orden del miniaturismo animal brilla por su pequeñez la llamada ballena de los Sargazos. Su color tiene la claridad, la inquietante luminiscencia de la olivita, y su fumarola la transforma a ojos de un raro observador en un nenúfar gaseoso. La leyenda le ha fabricado un origen mítico, y dice que en el primer día fue una muchacha alada, casi un ángel que huyendo de un arquero rijoso ocultó su gracia en el laberinto de lo vegetal oceánico; y así también, que su tamaño es sólo una defensa, una fuga ante un enamorado tenaz. Y añade que las sirenas, celosas de su hermosura, obligaron a los dioses a que la convirtieran en un vulgar mamífero. Mas aun así, los navegantes que le han dado caza celebran su poder amatorio y cantan la belleza única de sus pechos de niña.

Rafael Pérez Estrada

jueves, 26 de marzo de 2009

El tamaño del miedo

El loco estaba tirando piedras a diestra y siniestra cuando surgió el camión, cuadras más allá, primero del tamaño de un juguete, luego del tamaño del miedo, verde y repleto de soldados, y el milico se bajó, lo amenazó con el arma desenfundada, y el loco tiró piedras, piedrecitas, polvo, se fue.

Triunfo Arciniegas

miércoles, 25 de marzo de 2009

Relato pánico I

Ella me dio un ramo de flores, me puso una chaqueta roja y me subió sobre sus hombros. A la gente le decía: “como es un enano tengo que llevarle así, tiene complejo de inferioridad”. Y la gente se reía.
Como iba muy de prisa tenía que agarrarme bien a su frente para no caerme. Alrededor, formando una especie de calle había muchos niños; a pesar de que yo iba sobre ella apenas le llegaba a las rodillas. Y todos reían. Y ella explicó que no debían reírse, porque yo soy muy susceptible. Todos reían a carcajadas.
Ella corría cada vez más, yo veía sus pechos al aire y su camisa que flotaba al viento. La gente cada vez reía más, las risas parecían cacareos.
Por fin me dejó en el suelo, y desapareció. Un grupo de gallinas verdes gigantescas se acercaron a mí. Yo no era mayor que sus picos que se aproximaban para picotearme.

Fernando Arrabal

martes, 24 de marzo de 2009

Cada cual atiende su sueño

En una capa aún no descubierta del éter hay una nube invisible que navega alrededor de la Tierra absorbiendo los sueños más elevados de los humanos. No los más sabios, sino los de alas más grandes. Pero en ciertas noches de nubes flacas la nube de los sueños desciende con sigilo, decapitando temporariamente a las jirafas del zoológico y despeinando las cabezas de aquéllos que, sin esfuerzo, supieron distanciarse más del suelo. Y es ése el momento en que las ánimas curiosas deben alzar sus manos para dar con algún sueño suyo, el cual aparecerá tan claro y completo como la vez en que fue engendrado. No es necesario sacudir demasiado para encontrar aquel que uno busca, basta con recordar algún detalle, aunque sea ínfimo, para que el perezoso pródigo, reconociendo automáticamente la historia de la que forma parte, se entregue dócilmente al cráneo que le dio origen.

Débora Vázquez

lunes, 23 de marzo de 2009

Filtro de amor

Soñaba a menudo con disponer de una gama sin fin de artimañas ante las que ellas no tuvieran otra opción que rendirse, que lo hicieran casi sin darse cuenta, olvidando lo que sucedía bajo su influjo, de modo que ninguno de sus excesos, de sus caprichos de amor, pudiera entristecerlas o humillarlas. Que salieran de esa turbia locura que era posesión sexual, grávidas y somnolientas, como animales que despiertan de su sueño invernal.
En una mayor inteligencia en el varón, que así podría engañarlas sin violencia, empleando sus mayores recursos; o en ciertas irrefutables debilidades que las hicieran fácilmente accesibles (que por ejemplo las axilas, las ingles de los varones, exudaran una sustancia almizclada a cuyo simple olor, y bastaría tenderlas con disimulo las yemas de los dedos untados en ella, no pudieran negarse). Que fueran receptivas a los filtros de amor, presas fáciles de cualquier maniobra hipnótica, o que el varón tuviera ese poder superior, ese poder magnético, y pudiera con sólo hacer chascar los dedos privarlas de su voluntad, dejándolas gloriosamente desamparadas, como pájaros inmovilizados por la mirada soberbia del reptil, como gallinitas fijas en la línea de tiza, como animales deslumbrados en plena noche por los haces de luz de los velocísimos faros. Indefensas, desamparadas, y así más enteramente ellas mismas. Por fin a salvo de la voluntad, esa usurpadora.

Gustavo Martín Garzo

domingo, 22 de marzo de 2009

Intuición

Es necesario escapar de lo verdadero y refugiarse en lo probable: el universo es más que una mirada.

Armando Páez

sábado, 21 de marzo de 2009

La ciudad de Dios

Es un personaje como el que creó Wenders en París-Texas. Un caminante mudo con su idea fija bajo el sol del desierto. De alguien así sólo cabe pensar que anda tras la mujer de su vida o que, si es más osado, busca a Dios.
Deambula durante años, tropieza con ciudades de todo tipo hasta que finalmente decide quedarse en una especialmente bella. Una ciudad angélica.
—Ésta es la ciudad de Dios, es hora de descansar —dice convencido.
Por supuesto, no debe pedir limosna ni golpear puertas como ha venido haciendo en cada pueblo porque enseguida una mujer caritativa lo invita a dormir y le da alimento. Ninguno de los dos dice una palabra, hasta que después de varios días él pregunta:
—Dónde vive Dios.
Ella lo mira sin entender.
—Aquí nadie se llama así.
—¿Pero saben que creó el universo y que vive en esta ciudad?
—Nosotros no sabemos —respondió la mujer—. Jamás se nos ocurrió saber nada de Dios.
Entonces el hombre sonríe y abraza a la mujer, porque en ese lugar termina su viaje.

Gustavo Zappa

viernes, 20 de marzo de 2009

La convocatoria

Esta mañana, muy temprano, he conocido a mi futuro hijo. Tenía los ojos azules e incomprensiblemente vigilantes. No estoy seguro de que su mirada fuera alegre, además de sabia. Él comprendía perfectamente su papel en aquella habitación; comprobaba nuestros movimientos, recién nacido, con la paz infinita del ser a quien aún le resta empezar a vivir. Pero no había venido al mundo, sino que regresaba a él, serenamente.
Era una vieja semilla prometida desde los años que no había visto.
Cuando cayó en mis manos lo hizo resbalando por la camilla con su placenta blanquecina untada en los miembros. Quedó suspendido, sus pequeñas axilas humedeciéndome las manos. Fue entonces cuando me sonrió a mí, a su padre sorprendido por la paternidad consumada en un instante. Yo supe claramente que me hablaba y que aceptaba mi lenguaje. Lo abracé emocionado y le dije mi primera frase de padre, esa que pronunciaré dentro de algunos días cuando haya concebido al hijo que ya tuve y aún no tengo. Conservo todavía un tenue jirón de caricia en mi mentón barbado.
Poco antes de la luz, al despertar, vi cómo el día iba a posarse sobre la ciudad con calma y respeto por los tiempos.

Andrés Neuman

jueves, 19 de marzo de 2009

El gato que vuela

Al gato que vuela no lo suelen ver más que los trasnochadores impertinentes, y eso si no pierden de vista la perspectiva de los tejados.
El gato que vuela no es que vuele seguido en el cielo de la madrugada, porque entonces sería un gran murciélago, sino sólo hace una cosa: que salta de alero a alero atravesando la calle, como si volase.
Como los naturalistas nunca andan por las ciudades de cuatro y media a cinco de la madrugada, no han podido anotar ese salto maravilloso —más vuelo que salto— que engatuña el cielo delirante en el entrevero de la noche y el día.

Ramón Gómez De La Serna

miércoles, 18 de marzo de 2009

Invitación

Pedro regresa a su casa con un compañero de trabajo, al que ha invitado para que conozca a su joven esposa.
—Es acá —anuncia—, entrá…
—Permiso —dice el educado compañero y ambos ingresan a un living.
De inmediato Pedro se queda tieso. El compañero nota su gesto de extrañeza.
—¿Pasa algo? —pregunta.
—No me vas a creer —dice Pedro—, pero ésta no es mi casa.
—¿Cómo que no? —el compañero está confundido.
Por una puerta aparece un anciano. Antes de que diga nada, Pedro lo ataja:
—Lo siento, lo siento, disculpe usted; se trata de un error, no quise entrar en esta casa.
Toma al compañero de un brazo y salen.
Una vez afuera, Pedro continúa disculpándose. Finalmente, dice:
—No te preocupes, me pasa seguido, pero ya le conozco la maña.
Toma el picaporte y lo sacude con firmeza, hasta que se oye un clic.
—Ahora sí —asegura—, entremos.
Entonces, mientras cierra la puerta, dice:
—Te presento a mi esposa…

Juan Romagnoli

martes, 17 de marzo de 2009

Pasear al perro

Amaestrados, ágiles, atentos, bucólicos, bramadores, crespos y elegantes, engañosos y hermafroditas, implacables, jocundos y lunáticos, lúcidos, mirones, niños, prestos, rabiosos y relajientos, sistemáticos, silenciosos, tropel y trueque, ultimátum y veniales, vaivienen, xicotillos, zorros implacables son los perros de la mirada del hombre que fijan sus instintos en el cuerpo de esa mujer que va procreando un apacible, tierno, caliente paisaje de joven trigo donde pueda retozar la comparsa de perros inquietantes. Su minifalda, prenda lila e inteligente, luce su cortedad debido a la largueza de las piernas que suben, firmes y generosas, y se contonean hacia las caderas, las cuales hacen flotar paso a paso la tela breve, ceñida a la cintura aún más inteligente y pequeña, de la que asciende un fuego bugambilia de escote oval ladeado que deja libre el hombro y una media luna trigueña en la espalda. La mujer percibe de inmediato las intenciones de los perros en el magma de aquella mirada, y el hombre les habla con palabras sudorosas, los acaricia, los sosea, los detiene con la correa del espérense un poco, tranquilos, no tan abruptos, calma, eso es, sin precipitarse, vamos, y los echa, los deja ir, acercarse, galantes, platicadores, atentos, recurrentes. Al llegar a la esquina, la mujer y su apacible, tierno, caliente paisaje de joven trigo, y el hombre y su inquieta comparsa de animales atraviesan la avenida de la tarde; a lo lejos, se escuchan sus risas, los ladridos.

Guillermo Samperio

lunes, 16 de marzo de 2009

5

Mi labor consiste en limpiar cuidadosamente las lámparas de hojalata con las cuales los señores del lugar salen de noche a cazar el zorro en los cafetales. Lo deslumbran al enfrentarle súbitamente estos complejos artefactos, hediondos a petróleo y a hollín, que se oscurecen en seguida por obra de la llama que, en un instante, enceguece los amarillos ojos de la bestia. Nunca he oído quejarse a estos animales. Mueren siempre presas del atónito espanto que les causa esta luz inesperada y gratuita. Miran por última vez a sus verdugos como quien se encuentra con los dioses al doblar una esquina. Mi tarea, mi destino, es mantener siempre brillante y listo este grotesco latón para su nocturna y breve función venatoria. ¡Y yo que soñaba ser algún día laborioso viajero por tierras de fiebre y aventura!

Álvaro Mutis

domingo, 15 de marzo de 2009

En los jardines de los Lodi

En el azul unánime
Los domos de los mausoleos
—Negros, reconcentrados, pensativos—
Emitieron de pronto
Pájaros.

Octavio Paz

sábado, 14 de marzo de 2009

Confesión

Mi novia me dijo que un pecho sí, pero que el otro no, porque lo tenía apalabrado. Colérico y egoísta, perdí el único que quedaba disponible.

Pere Calders

viernes, 13 de marzo de 2009

Tiro en la nuca

La silenciosa práctica del tiro en la nuca tiene, por supuesto, leyes rigurosas. Su territorio son los autobuses ciudadanos. El matador debe escoger un hombre para nunca moverse del asiento a sus espaldas. Sólo una cadena de casualidades hace posible la así llamada “situación de disparo”, que ocurre cuando el matador queda sentado tras el último viajante. Los choferes son cómplices, fingen que nada ven, pero en el fondo admiran el olfato de los matadores para adivinar quién será el último que querrá descender. Raramente se oye el fatídico disparo: son demasiadas las casualidades requeridas. Por eso es que bajamos tantas veces vivos del transporte público.

Eduardo Berti

jueves, 12 de marzo de 2009

Orgasmos

—Cuéntenos algo de su vida, hombre —le dijimos a un tipo que fumaba en la oscuridad.
—Pero, ¿qué les podría contar yo?
—Algo, hombre, cualquier cosa, anímese.
—Pues qué sé yo, por ejemplo que, a propósito de la palabra “orgasmo”, yo la oí de niño aplicada a los burros y entendí, claro está, “orgasno”. Así que supuse que las burras tenían “orgasnos”, las gatas “orgatos” y las gallinas “orgallos”. Con esa ilusión viví algún tiempo y luego crecí, me mudé de barrio y empecé a hacerme viejo.
—Cuéntenos algo más, no sea tan corto, hombre.
—Y yo qué sé qué más. Pues que ahora vivo en un bloque, allá en el extrarradio, trabajo de vigilante y tengo 53 años. Mis antiguas pretensiones de llegar a ser payaso aún siguen en pie, pero sé que nunca podré serlo y esto es todo cuanto tenía que contarles.

Luis Landero

miércoles, 11 de marzo de 2009

Fábula del unicornio

Cuando Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros por el ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un dios por su vida. Éste lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda con la luna como una pecera de fondo.
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.

Wilfredo Machado

martes, 10 de marzo de 2009

Génesis

Y el hombre creó a Dios, a su imagen y semejanza.
Y hubo amor, y placer, y virtud en el mundo. Y los días fueron largos, demasiado largos.
Entonces el hombre creó al Demonio, a su imagen y semejanza.
Y hubo así amor y odio en el mundo, placer y dolor, virtud y pecado.
Y los días fueron cortos, muy cortos.
Y fue bueno vivir.

Héctor G. Oesterheld

lunes, 9 de marzo de 2009

El bebedor total

—¿Tiene usted la lista de los whiskies importados?
—Aquí está. Estoy seguro de que encontrará su marca preferida.
Explicó que él no era de preferir marcas. Prefería todas. Su placer consistía en ir del Ancestor al White Horse, sin despreciar ninguno de los que comienzan con las otras letras del alfabeto.
El gerente quedó asombrado. ¡Qué bebedor enciclopédico!
—Noto una cosa. La lista me parece bastante incompleta. Usted no tiene whiskies con las letras E, I, K, M, N, Q, T, U, X, Y y Z. Qué lástima.
—Perdone, pero ¿no le bastan las cincuenta y tantas marcas que tengo a su disposición?
—Desgraciadamente, no. Quería el abecedario completo.
—Y… ¿lo iba a comprar todo?
—¿Comprar? De ninguna manera. No pretendo comprar ni una botella. Con esos precios, ni siquiera en miniatura, ¿sabe? Yo soy bebedor de listas. La lista me invoca, me embriaga, me transporta al sueño. Pero sólo una lista bien completa. Gracias, que lo pase bien.

Carlos Dummond De Andrade

domingo, 8 de marzo de 2009

Duelo apócrifo

Los corresponsales de prensa coinciden en la apreciación de que el profesor Roberto Agramonte no parece un duelista. Sus parsimoniosos modales de hombre más hábil en los oficios de las letras que en los de las armas, experto en las pacíficas y constructivas disciplinas de la mente, no permiten descubrir que debajo de su vestimenta científica va escondido un guerrero.
La primera condición para participar en un duelo, y para que el público lo tome en serio, es tener suficiente aspecto de duelista como para que los demás se sientan, ellos también, en el siglo XIX. No basta con llevar en el bolsillo un estuche con dos pistolas y estar dispuesto a hacer uso de ellas en el instante oportuno. Hay que llevar consigo el ambiente, la facultad de convencer a los espectadores de que se está en capacidad de afrontar a sangre fría no tanto al adversario como al anacronismo. Sin embargo, el profesor Roberto Agramante, como su nombre lo indica, es un aprendiz de duelista que ha atravesado el golfo de México, desde La Habana, con el exclusivo propósito de batirse con Aureliano Arango, un exiliado cubano de cuyo aspecto no han dicho nada los corresponsales. Pero es posible que tampoco éste tenga su indispensable aspecto finisecular, de manera que llegada la hora se llevará a cabo el duelo y uno de los adversarios quedará tendido en el terreno sin que nadie esté dispuesto a dar crédito a la dramática acción.

Gabriel García Márquez

sábado, 7 de marzo de 2009

El trabajo nro. 13 de Hércules

Según el apócrifo Apolodoro de la Biblioteca, “Hércules se hospedó durante cincuenta días en casa de un tal Tespio, quien era padre de cincuenta hijas a todas las cuales, una por una, fue poniendo en el lecho del héroe porque quería que éste le diese nietos que heredasen su fuerza. Hércules, creyendo que eran siempre la misma, las amó a todas”. El pormenor que Apolodoro ignora o pasa por alto es que las cincuenta hijas de Tespio eran vírgenes. Hércules, corto de entendederas como todos los forzudos, siempre creyó que el más arduo de sus trabajos había sido desflorar a la única hija de Tespio.

Marco Denevi

viernes, 6 de marzo de 2009

El infierno

Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman —¡las llamas de la imaginación! Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo. Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aun (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre?

Virgilio Piñeira

jueves, 5 de marzo de 2009

Las líneas de la mano

De una carta tirada sobre la mesa sale una líJustificar a ambos ladosnea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina donde un hombre bebe triste coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

Julio Cortázar

miércoles, 4 de marzo de 2009

El retorno de Drácula

Es cierto. Se fue y dejó de venir durante muchos años. Los niños crecieron. Mire lo grandes que están: ya todos tienen gafas y van a la universidad.
Ellos no lo reconocieron. Pero entre él y yo las cosas pasaron como si no se hubiera ido nunca. El mismo día que volvió nos dimos cuenta. No había cambiado nada. A los dos minutos estábamos donde habíamos empezado, cuando nos casamos, hace ya tiempo.
Él me dijo que no quería sangre para la comida. Yo le dije que no había nada más.

Nicolás Suescún

martes, 3 de marzo de 2009

Sangre para un sueño

Soñé que atravesaba la selva —nos dijo un día su cansancio y sacudió briznas de hojas, ramujos y musgo que se le pegaron en la travesía. Su jadeo era de rachas vegetales, como si arrancara una raíz fresca y honda.
Después lo perdimos de vista.
“Debió regresar a su dueño” —pensé, recordando que en esa ocasión traía roto el vestido y tuvieron que extraerle espinas y astillas de árboles inusitados, de palmas y árboles inusitados.
Pero una mañana volvió. Pudimos entenderle que estuvo soñando con una puñalada.
—Aquí, miren.
Se desgonzaba su fuerza cuando preguntamos qué le había ocurrido. Logró apoyarse en un brazo y levantar la cabeza, pero volvió a caer. Sin tiempo de responder si la sangre era también parte de su sueño.

Manuel Mejía Vallejo

lunes, 2 de marzo de 2009

Los noctuidos

Hay ciertos insectos que nacen al amparo de la noche cerrada. Crecen, procrean y mueren antes del amanecer. Nunca llegan al día de mañana. Sin embargo, experimentan segundo a segundo, la intensa agonía de vivir, se aparean con trepidante gozo y luchan ferozmente para conservar sus territorios vitales, sus lujosas pertenencias: el lomo de una hoja, la cresta moteada de un hongo o el efímero esplendor del musgo tierno besado por la lluvia.
Quizá —instintivamente— en un punto ciego entre la muerte implacable antes del estallido del sol matinal y la promesa infinita, telúrica, de la evolución hacia un estado superior, dichos insectos se frotan las patas lanzándose a una lucha fraticida. Envanecidos con la tentación de liquidar a sus semejantes y dominar el mundo.

Fanny Buitrago

domingo, 1 de marzo de 2009

Mediodía

La isla a mediodía es insoportable. El calor y la humedad de la celda calan los huesos. Todos los habitantes entramos en un sopor que dura hasta las tres de la tarde cuando ha descendido un poco el sol. Esa es la hora escogida por el alcaide para las ejecuciones. Desde mi ventana alcanzo a divisar parte del camino que recorren los condenados. Generalmente son dos los que avanzan, custodiados por diez guardianes. Aquí nadie se preocupa por eso y hasta los mismos condenados parece que facilitan la labor de los ejecutores. Algunos dicen que son criminales peligrosos con más de cinco muertos encima. Avanzan hasta los acantilados y allí los fusilan. Luego los tiran al mar para cebar a los tiburones que rodean la isla. Cuando los guardianes regresan me siento nuevamente a escribir. Sé que algún día vendrán a llevarme a pasear y que desde mi ventana me veré en dirección a los acantilados de la muerte y que otro recluta forjará la ilusión de que soy un criminal peligroso con más de cinco muertos encima.

Harold Kremer