martes, 30 de septiembre de 2008

Artes posibles

Máquina maravillosa para hacer el arte, no esas tonterías debiluchas que llaman hoy arte, que apelan por separado a la vista, al oído, a otros sentidos o cosas así. El espectador es introducido en un tubo en donde lo aturden fogonazos, caleidoscopios, estroboscopios (vista), berridos, estampidos, cataplunes y zuáquitis (oído), bocanadas de sulfuro, de carbono, pachulí y catinga (olfato), chorros de aceite de ricino y todas esas cosas químicas que tienen sabor sui generis (gusto), pinchazos, raspaduras, cosquillas, mordeduras (tacto), heladuras, quemaduras (sentido de la temperatura), sacudidas eléctricas, vergajazos (sentido del dolor), cambios de sitio, caídas libres, aceleraciones, desaceleraciones, giros en hélice, en tirabuzón y en rizo (sentido de la posición), constricciones, torsiones (sentido de la posición corporal relativa), violaciones (percepción sexual), penetraciones, introducciones de espéculos, insuflaciones, inyecciones de hormonas y vasodilatadores (percepción interna de los procesos orgánicos), choques inductores de entremezclamiento y confusión de sensaciones (percepción cinestésica), inyecciones de drogas (percepción delirante), y como luego de experimentada en su totalidad la experiencia artística ya para qué vivir, el espectador es atacado en su instinto de conservación, fibra a fibra deshilachado, macerado, masticado y digerido. Como sucede con toda nueva forma de arte, en la que proponemos los espectadores, al principio, serán escasos.

Luis Britto García

lunes, 29 de septiembre de 2008

Desencuentro de dos ancianos

Una anciana caminaba durante todo el día y un anciano caminaba durante toda la noche. Nunca se encontraron. Es lógico. La anciana caminaba de día y el anciano caminaba de noche. Ella tenía los ojos del color de los árboles. Él tenía la nariz aguileña y un bastón. Los dos tenían los mismos pájaros en distintas jaulas. Los dos eran viudos. Ella vio morir a su marido una tarde del mes de mayo. Él vio morir a su mujer una mañana del mes de agosto. Los dos tenían sobrinos que jugaban al ajedrez. Pero, ¿cómo pueden encontrarse en la ciudad de Buenos Aires, entre tantos millones de habitantes, una anciana que camina de día y un anciano que camina de noche?

Javier Villafañe

domingo, 28 de septiembre de 2008

Su amor no era sencillo

Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.

Mario Benedetti

sábado, 27 de septiembre de 2008

Noticias del país natal

Charlábamos caminando tranquilamente por una avenida de Miraflores de vuelta de una librería. Alguien que pasa a la carrera, nos advierte: “El mar se ha salido”; “gracias”, alcanzo a decirle. Mi amigo y yo seguimos en silencio. Vemos que la gente corre alarmada. El agua, en efecto, ha ganado la calle y trepa ya el cordón de la vereda. Pronto, la avenida se inunda. “Siempre he creído, dice mi amigo, que este es un país de maremotos”. Nos ahogábamos dignamente cuando un fuerte temblor de tierra reemplazó al maremoto. “En fin, respondo, este es un país contradictorio”. Y seguimos de largo.

Julio Ortega

viernes, 26 de septiembre de 2008

El cigarrillo

El nuevo cigarrero del zaguán —flaco, astuto— lo miró burlonamente al venderle el atado.
Juan entró en su cuarto, se tendió en la cama para descansar en la oscuridad y encendió en la boca un cigarrillo.
Se sintió furiosamente chupado. No pudo resistir. El cigarrillo lo fue fumando con violencia; y lanzaba espantosas bocanadas de pedazos de hombre convertidos en humo.
Encima de la cama el cuerpo se fue desmoronando en ceniza, desde los pies, mientras la habitación se llenaba de nubes violáceas.

Enrique Anderson Imbert

jueves, 25 de septiembre de 2008

Los viajeros

Un pasajero, a su vecino de asiento:
—¿Ha visto? El periódico informa de otro accidente de aviación.
—Sí, he visto; en la lista de muertos estamos nosotros.

Álvaro Menén Desleal

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Volver

Le explico a Horacio:
—Hoy he recibido la invitación para el acto de Manuel que se hizo el lunes.
Horacio comenta:
—Lindo tema para un cuento fantástico.
No me dice cómo, queda a mi cargo.
Decido volver al lunes, pero el acto se ha suspendido. Tengo que volver al jueves, el día que hablé con Horacio.
Pero al regresar ya no es jueves, sino viernes. Entretanto el jueves ha ocurrido que…
Reflexiono que de otra manera ya me ocurrió. Yo tenía que buscar, hacia atrás, a una mujer. Y ella tenía que buscarme a mí. Retrocedimos, pero cada uno por su propia inspiración y sin ponernos de acuerdo previamente.
Nunca coincidimos en nuestros retrocesos e intentando dar con el día exacto para los dos, malgastamos la vida.
Cada vez llegábamos más atrás en el calendario.
Deduzco que, de una y otra experiencia, podría sacar una conclusión, aunque evidentemente amarga: No se puede volver a lo que se quiso.

Antonio Di Benedetto

martes, 23 de septiembre de 2008

Cartomancia

Pálido y temblando, enfundado en un sobretodo exageradamente grande y con un sombrero ridículo encasquetado hasta los ojos, el hombre volvió a preguntar sobre su futuro. La adivina siguió estudiando la distribución de las cartas sobre la mesa sin levantar la vista; parecía esforzarse en encontrar alguna buena noticia entre tanta desolación.
—Por favor —insistió débilmente— dígame lo que vea aunque parezca terrible.
—Está todo muy confuso —ella dio un profundo suspiro—. Lo único que veo claro es un suicidio.
—Eso no importa. ¿Qué más? ¿Qué va a pasar ahora?
—¿Cómo qué más? —dijo ella ofendida y recogió las cartas con vehemencia—. Es su suicidio el que aparece, por si no se dio cuenta. Y no hay nada más que ver. ¿Le sigue pareciendo poco?
—Sí —dijo él, casi sonriendo pero evidentemente desilusionado; dejó unas monedas sobre la mesa y se puso de pie con esfuerzo. Antes de salir, se sacó el sombrero con gentileza a modo de saludo y ella pudo verle en la sien, durante apenas un instante, un orificio oscuro, profundo, rodeado de sangre seca.

Juan Sabia

lunes, 22 de septiembre de 2008

La mirada

Un hombre encuentra a una mujer por la calle, la toma, la lleva de inmediato a su casa y una vez allí la desnuda completamente y se dedica a contemplarla. La situación es simple: ella de pie, a cuatro pasos del hombre que la mira desde un viejo sillón de cuero, la mira dentro de un círculo perfecto, sólo perturbado por los reflejos de algunos objetos laterales que apenas colorean el aire. La mira sin pausas, limpiamente como sólo puede hacerlo el ojo frío y destructor de los sueños. Al poco rato, la mujer comienza a desmantelarse. Caen los senos, los brazos desgajados se desprenden y todas las protuberancias se deslían, teniendo como centro el foso imantado del vientre.
Cuando delante de él no hay más que aire y luz del día, el hombre oye en su cabeza el zumbido de cien años de vida. Cierra los ojos y piensa que dormirá hasta que lo despierten.

Salvador Garmendia

domingo, 21 de septiembre de 2008

Gente a destiempo

Cuando se enteraron, por el Times de Londres, de que el 27 de julio habría un eclipse total de luna, todos los miembros de la familia Véliz subieron a la terraza y se pasaron la noche bajo un relente feroz, atisbando el firmamento. No hubo ningún eclipse. No hubo ni siquiera luna.
—Será que el eclipse es visible sólo desde Europa —dijo uno de ellos.
—Eso nos da la pauta del atraso en que se debate nuestro país —le contestó otro.
Seis meses después hubo un eclipse parcial de luna en Buenos Aires y sus alrededores, pero la familia Véliz se negó terminantemente a escrutar el cielo.
—No nos interesan eclipses de segunda mano y para colmo parciales —dijeron.
Se encerraron en su casa mientras los analfabetos de siempre se embobaban con un eclipse anticuado.

Marco Denevi

sábado, 20 de septiembre de 2008

En el insomnio

El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que enseguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.

Virgilio Piñeira

viernes, 19 de septiembre de 2008

Suicidio

Hay muchos modos de suicidarse. El que yo propongo es el siguiente: suicídese usted mediante el único método de suicidio filosófico.
—¿Y es?
—Esperando que le llegue la muerte. Desinterésese un instante, olvídese de su persona, dése por muerto, considérese como una cosa transitoria llamada necesariamente a extinguirse. En cuanto logre usted posesionarse de este estado de ánimo, todas las cosas que le afectan pasarán a la categoría de ilusiones intrascendentes, y usted deseará continuar sus experiencias de la vida por una mera curiosidad intelectual, seguro como está de que la liberación lo espera. Entonces, con gran sorpresa suya, comenzará usted a sentir que la vida le divierte en sí misma, fuera de usted y de sus intereses y sus exigencias personales. Y como habrá usted hecho en su interior tabla rasa, cuanto le acontezca le parecerá ganancia y un bien con el que usted ya no contaba. Al cabo de unos cuantos días, el mundo le sonreirá de tal suerte que ya no deseará usted morir, y entonces su problema será el contrario.

Alfonso Reyes

jueves, 18 de septiembre de 2008

Malos consejos

Por consejo del hechicero, talló una figura de madera con la forma exacta de su enemigo. La quemó en el campo, de noche, bajo la luna. Atraído por el resplandor de la hoguera, su enemigo lo descubrió y lo mató de un lanzazo.

Ana María Shua

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Augusto Monterroso