jueves, 12 de febrero de 2009

El otro él

Bajando mi amigo la escalera, al llegar a cierto sitio, aparecía de pronto, en él, el otro él. Jamás faltó. Ignoro si él lo sabía, si se daba cuenta que se le veía algo que él quizás ignoraba que llevaba en sí.
Yo le veía el otro él desde arriba, abierta aún la puerta de mi casa en su despedida, en un raro escorzo feo, antipático, molesto.
No se le parecía en nada. Era como un escamoteo rápido de algún él extrahumano. Se componía de todo él, sin él, o con él deformado, abollado, ennegrecido, pasado por sacristía, horno y ataúd, en triple negrura desagradable y fantástica. Como un él posible e imposible.
Venía a casa. Hablábamos, reíamos, pensábamos; él escandaloso y aparatoso, yo exaltador y llameante. Jamás se me ocurría pensar en el otro. Pero al irse, llegando al sitio aquel de la escalera, el escorzo claudicante, oscuro y enigmático aparecía un instante y se iba con él.

Juan Ramón Jiménez

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