Es cierto. Se fue y dejó de venir durante muchos años. Los niños crecieron. Mire lo grandes que están: ya todos tienen gafas y van a la universidad.
Ellos no lo reconocieron. Pero entre él y yo las cosas pasaron como si no se hubiera ido nunca. El mismo día que volvió nos dimos cuenta. No había cambiado nada. A los dos minutos estábamos donde habíamos empezado, cuando nos casamos, hace ya tiempo.
Él me dijo que no quería sangre para la comida. Yo le dije que no había nada más.
Nicolás Suescún
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