viernes, 20 de marzo de 2009

La convocatoria

Esta mañana, muy temprano, he conocido a mi futuro hijo. Tenía los ojos azules e incomprensiblemente vigilantes. No estoy seguro de que su mirada fuera alegre, además de sabia. Él comprendía perfectamente su papel en aquella habitación; comprobaba nuestros movimientos, recién nacido, con la paz infinita del ser a quien aún le resta empezar a vivir. Pero no había venido al mundo, sino que regresaba a él, serenamente.
Era una vieja semilla prometida desde los años que no había visto.
Cuando cayó en mis manos lo hizo resbalando por la camilla con su placenta blanquecina untada en los miembros. Quedó suspendido, sus pequeñas axilas humedeciéndome las manos. Fue entonces cuando me sonrió a mí, a su padre sorprendido por la paternidad consumada en un instante. Yo supe claramente que me hablaba y que aceptaba mi lenguaje. Lo abracé emocionado y le dije mi primera frase de padre, esa que pronunciaré dentro de algunos días cuando haya concebido al hijo que ya tuve y aún no tengo. Conservo todavía un tenue jirón de caricia en mi mentón barbado.
Poco antes de la luz, al despertar, vi cómo el día iba a posarse sobre la ciudad con calma y respeto por los tiempos.

Andrés Neuman

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