sábado, 21 de marzo de 2009

La ciudad de Dios

Es un personaje como el que creó Wenders en París-Texas. Un caminante mudo con su idea fija bajo el sol del desierto. De alguien así sólo cabe pensar que anda tras la mujer de su vida o que, si es más osado, busca a Dios.
Deambula durante años, tropieza con ciudades de todo tipo hasta que finalmente decide quedarse en una especialmente bella. Una ciudad angélica.
—Ésta es la ciudad de Dios, es hora de descansar —dice convencido.
Por supuesto, no debe pedir limosna ni golpear puertas como ha venido haciendo en cada pueblo porque enseguida una mujer caritativa lo invita a dormir y le da alimento. Ninguno de los dos dice una palabra, hasta que después de varios días él pregunta:
—Dónde vive Dios.
Ella lo mira sin entender.
—Aquí nadie se llama así.
—¿Pero saben que creó el universo y que vive en esta ciudad?
—Nosotros no sabemos —respondió la mujer—. Jamás se nos ocurrió saber nada de Dios.
Entonces el hombre sonríe y abraza a la mujer, porque en ese lugar termina su viaje.

Gustavo Zappa

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