Los corresponsales de prensa coinciden en la apreciación de que el profesor Roberto Agramonte no parece un duelista. Sus parsimoniosos modales de hombre más hábil en los oficios de las letras que en los de las armas, experto en las pacíficas y constructivas disciplinas de la mente, no permiten descubrir que debajo de su vestimenta científica va escondido un guerrero.
La primera condición para participar en un duelo, y para que el público lo tome en serio, es tener suficiente aspecto de duelista como para que los demás se sientan, ellos también, en el siglo XIX. No basta con llevar en el bolsillo un estuche con dos pistolas y estar dispuesto a hacer uso de ellas en el instante oportuno. Hay que llevar consigo el ambiente, la facultad de convencer a los espectadores de que se está en capacidad de afrontar a sangre fría no tanto al adversario como al anacronismo. Sin embargo, el profesor Roberto Agramante, como su nombre lo indica, es un aprendiz de duelista que ha atravesado el golfo de México, desde La Habana, con el exclusivo propósito de batirse con Aureliano Arango, un exiliado cubano de cuyo aspecto no han dicho nada los corresponsales. Pero es posible que tampoco éste tenga su indispensable aspecto finisecular, de manera que llegada la hora se llevará a cabo el duelo y uno de los adversarios quedará tendido en el terreno sin que nadie esté dispuesto a dar crédito a la dramática acción.
La primera condición para participar en un duelo, y para que el público lo tome en serio, es tener suficiente aspecto de duelista como para que los demás se sientan, ellos también, en el siglo XIX. No basta con llevar en el bolsillo un estuche con dos pistolas y estar dispuesto a hacer uso de ellas en el instante oportuno. Hay que llevar consigo el ambiente, la facultad de convencer a los espectadores de que se está en capacidad de afrontar a sangre fría no tanto al adversario como al anacronismo. Sin embargo, el profesor Roberto Agramante, como su nombre lo indica, es un aprendiz de duelista que ha atravesado el golfo de México, desde La Habana, con el exclusivo propósito de batirse con Aureliano Arango, un exiliado cubano de cuyo aspecto no han dicho nada los corresponsales. Pero es posible que tampoco éste tenga su indispensable aspecto finisecular, de manera que llegada la hora se llevará a cabo el duelo y uno de los adversarios quedará tendido en el terreno sin que nadie esté dispuesto a dar crédito a la dramática acción.
Gabriel García Márquez
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