jueves, 2 de abril de 2009

El anciano y los pájaros

“Qué lástima, dijo el anciano, que todos mis hijos y mis nietos se hayan muerto. Esta noche regresarán los diez pájaros que vendí hoy en la feria. Los mismos que vendo desde hace muchos años. Regresarán como siempre a la jaula. El último que llega cierra la puerta. Después la abren y sale uno detrás del otro para dormir sobre mi pecho, en mis sobacos, entre mis piernas y despertarme al día siguiente cantando y picotear en la barba unas migas de pan, unos granos de arroz, algún fideo, lo que cae del tenedor o la cuchara durante la cena, y beber unas gotas de vino, ese trago que no alcanza la lengua y se queda en los labios para ellos.
“Los cacé sin redes, sin tramperas, sin herirlos. Los cacé extendiendo los brazos y vinieron a posarse en mis manos. Diez dedos, diez pájaros. Eran pichones. No sabían cantar. Los puse en el suelo. Destapé una botella, la bebí, y cuando estaba vacía, mojé el corcho con la lengua y lo froté en la botella. Con esa música, les enseñé a cantar. ‘Así se canta’, les dije. Y cantaron. Después los llevé a la feria y los vendí. Esa misma noche regresaron. Siempre volvieron a la jaula.
“Qué lástima que todos mis hijos y mis nietos se hayan muerto. Qué lástima. Podría haberles enseñado el oficio de vender pájaros.”

Javier Villafañe

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