miércoles, 8 de abril de 2009

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En Akaba dejó la huella de su mano en la pared de los abrevaderos.
En Gdynia se lamentó por haber perdido sus papeles en una riña de taberna, pero no quiso dar su verdadero nombre.
En Recife ofreció sus servicios al Obispo y terminó robándose una custodia de hojalata con un baño de similor.
En Abidján curó la lepra tocando a los enfermos con un cetro de utilería y recitando en tagalo una página del memorial de aduanas.
En Valparaíso desapareció para siempre, pero las mujeres del barrio alto guardan una fotografía suya en donde aparece vestido como un agente viajero. Aseguran que la imagen alivia los cólicos menstruales y preserva a los recién nacidos contra el mal de ojo.

Álvaro Mutis

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