Mientras se daba vigorosos pases con el cepillo pensaba en sus problemas. Esa mañana —como todas las demás— había discutido con su marido. Tenía que ser más firme, más fuerte.
“Debo dejar de ser tan frágil”, pensaba en esto cuando su cabeza se zafó del cuello, hizo una parábola en el aire y cayó —con un golpe sordo— sobre el tocador.
“Arnulfo”, le gritó a su marido.
Él suspiró fastidiado. Tomó la cabeza y la colocó en el cuerpo que, por cierto, aún sostenía el cepillo.
“También tengo que dejar de ser tan dependiente”, se dijo a sí misma mientras su marido le atornillaba la cabeza.
Virginia Del Río
No hay comentarios:
Publicar un comentario