martes, 20 de enero de 2009

Solange

Solange, la enamorada. Todas las muchachas perdían frente a Solange. Ninguna podía competir con ella en materia de seducción. Los jóvenes de la ciudad sólo alimentaban una aspiración: que Solange los mirase. Desdeñaban a todas las otras, aunque fuesen lindas, llenas de gracia y buenas para enamorar. Enamorar a Solange, merecer el favor de sus ojos: ¿qué más desear en la vida?
De ninguno se enamoraba Solange. Era una torre, un silencio, un abismo, una nube. Su familia se inquietaba por esto y le pedía por el amor de Dios que eligiera un muchacho y se enamorase. El párroco la exhortó en ese sentido. El intendente apeló a sus buenos sentimientos. Nadie más se casaba, la legión de solteronas era preocupante. Se temía por el orden social.
La desaparición de Solange no fue explicada hasta ahora, pero dicen que en una carta dirigida a la familia ella declaró que, para ser la enamorada en potencia de todos, no podía enamorarse de uno solo, aunque cambiase de enamorado sucesivamente. Estaba segura de que ejercía la función de un sueño que beneficiaba a todos. Pero si no era así, y nadie comprendía su entrega ideal a todos los jóvenes, ella decidía desaparecer para siempre, y adiós.
¿Adiós? Se ignora adonde fue Solange, pero así fue que se convirtió en mito supremo y nunca más nadie se enamoró en la ciudad. Las muchachas envejecieron y murieron, la iglesia cerró las puertas, el comercio decayó y terminó, las casas se desplomaron en ruinas, todo allí quedó reducido a una tapera.

Carlos Drummond de Andrade

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