Huimos hacia la cima. La gran montaña helada nos dificulta el camino. Mis veinte compañeras y yo transitamos fatigosamente. Es difícil ver, es arduo respirar. Atrás no distinguimos el brillo de las armaduras. Ya no nos importa ser perseguidas: nunca nos alcanzarán.
Cuando estemos sobre nuestro templo, que ellos llaman el Púlpito del Diablo, nos lanzaremos en fila al vacío. Hemos decidido abolir la humillación, jamás ser obliteradas.
Nunca perpetuaremos al usurpador en nuestra sangre: está decidido el final. No traicionaremos tampoco a nuestros dioses, que son de hielo, de tierra, de piedra, de hojas, de plumas, y se nos aparecen todos los días...
Alcanzaremos pronto la cúspide y saltaremos. La gigantesca piedra negra hará más visible nuestro arrojo. Caeremos para renacer en un tiempo más propicio. Esta acción elemental no integra un coraje singular cuando se tiene la protección de una deidad que vuela, cuando se pertenece a una tribu que da a luz en las frías aguas del río Nevado y que sólo despierta su ardor para el olvido.
Gonzalo Márquez Cristo
No hay comentarios:
Publicar un comentario