Mientras él penetraba en mí, yo veía la media luna clara en el cielo negro. Recordaba los detalles de mi viaje a la isla, la mano suave de Alexis, su cabello largo. Vi otra vez un malecón y un mar que no me devolvieron la infancia, pero sí una amargura de adolescente enferma.
Cuando acabó, él se interpuso entre el cielo y mis ojos entornados en el sueño y la distancia. Su mirada delató una ansiedad vieja, oscura. Parecía preguntarme, querer saber de dónde venía yo, mi cuerpo hastiado, por qué no sentía nada. Ladeé la cabeza y cerré los ojos, harta. Es que ya no podía luchar más contra el fastidio de esa cama, de ese cuerpo sin luz. No te deseo, le dije. Y con tal firmeza que salió de la habitación, azotó la puerta. Se fue desnudo y del techó cayó cal, ese polvo muy blanco que entró en mis ojos haciéndolos llorar. Todo se cayó del techo, la luna clara, el cielo negro.
Socorro Venegas
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