Así que fue a su casa y supo por fin que a ella también le gustaba coleccionar viejitos de loza y jirafas de cristal. Así que ella tenía su cama desfallecida de novelas de Agatha Christie y Simenon. Y adivinó que prefería la lluvia, las manzanas y los paisajes de Watteau. O la neblina sobre el puente. Y si nunca se lo hubiese confesado, cada cosa en el cuarto lo evidenciaba. Así que ella también temió por lo que pudiera decir y guardó todas sus imprudencias en el clóset. Porque por supuesto, él no iba a llegar a tales extremos. Mientras esperaba a que se quitara la ropa, se preguntó si algún día podría verla cubierta de cremas y tomando el té, gorda, envejecida y más risueña, preguntándole si se acordaba de aquella colección de cristal, de la cursilería, de que tenían mucho frío o del amor.
Iliana Gómez Berbesí
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