—¿Qué soñó, Leopoldina? —preguntó Leonor , aquella noche, al entrar en la casa.
—Soñé que andaba por un arroyo seco, juntando piedritas redondas. Aquí tengo una —dijo Leopoldina, con voz de flauta.
—¿Y cómo consiguió la piedrita?
—Mirándola no más —respondió.
Junto a la vertiente, Leonor y Ludovica no esperaron, como otras tardes, la llegada de la noche, en la esperanza de asistir a un milagro. Volvieron a la casa, con paso apresurado.
—¿Con qué soñó, Leopoldina? —preguntó Ludovica.
—Con plumas de una torcaza, que caían al suelo. Aquí tengo una —agregó Leopoldina, mostrándole una plumita.
—Diga, Leopoldina ¿por qué no sueña con otras cosas? —dijo Ludovica con impaciencia.
—M’hijita, ¿con qué quiere que sueñe?
—Con piedras preciosas, con anillos, con collares, con esclavas. Con algo que sirva para algo. Con automóviles.
—M’hijita, no sé.
—¿Qué es lo que no sabe?
—Lo que son esas cosas. Tengo como ciento veinte años y he sido muy pobre.
—Es tiempo de hacernos ricos. Usted puede traer la riqueza a esta casa.
Silvina Ocampo
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