martes, 23 de diciembre de 2008

Eleonora

Cierro los ojos. Nos rozamos. Experimento tus manos frías. A cada caricia tuya, a cada caricia mía, una respuesta. Con la humedad de tus besos, mis pezones, como enfurecidos, disparan hacia ti. Juego a ocultarlos con mi pelo, y una y otra vez tú los descubres. Reímos. Alzas la cara, nos miramos. Con tus cinco sentidos me exploras en forma detallada. Del mismo modo minucioso te recorro luego. Agasajo, soy agasajada. Te palpo, me sorprendes, retrocedo... te recibo, me atraviesas. Enroscamos nuestros brazos y piernas y bailamos. Primero suave, después tan repetida y ferozmente, que si alguien nos encontrara ahora, no podría asegurar si nos amamos o peleamos. La danza dura hasta que gimo como leona herida y tú sonríes complacido. Poco a poco voy respirando con sosiego. Lo mismo te sucede. Me desmontas. Mi cuerpo tirita y deseo tu abrazo. Te busco con mi mano, pero sólo encuentro el frío plano de las sábanas. ¿Por qué siempre después de los placeres solitarios me sentiré tan desolada?

Ana María Carrillo

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