martes, 4 de noviembre de 2008

Cuestión de orgullo

Realmente aquel hombre se obstinaba en no querer entender, mientras enfurecido me daba puntapiés en las costillas y riñones, me insultaba y me perseguía por toda la casa, incapaz de soportar la idea de esposo abandonado.
Yo no me defendía, sabía perfectamente que hubiera podido cortarle la yugular con la velocidad de un rayo, pero en el fondo me daba lástima, ya que en cuanto se cansara y dejara de golpearme, yo también me iría dejándole totalmente solo.
Porque ningún perro de mi categoría soportaría vivir con un dueño que no le permite contemplar, escondido tras las cortinas del dormitorio, cómo su mujer se desnuda todas las noches.

Julia Otxoa

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