martes, 11 de noviembre de 2008

Cuento de horror

La señora Smithson (estas cosas siempre suceden en Londres) resolvió matar a su marido. No por nada sino porque, simplemente, estaba harta de él. Se lo dijo:
—Thaddeus, voy a matarte.
—Bromeas, Euphemia —se rió el marido.
—¿Cuándo he bromeado yo?
—Nunca, es verdad.
—¿Por qué habría de hacerlo ahora y en un asunto de tanta importancia?
—¿Y cómo me matarás?
—Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pizca de arsénico en las comidas. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estás dormido para destrozarte el cráneo con un candelabro de plata maciza, conectaré a la bañera un cable de la electricidad. No, todavía no lo sé.
El señor Smithson perdió el sueño y el apetito, se enfermó de los nervios y se le alteraron las facultades mentales. Seis meses después falleció.
Euphemia Smithson le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

Marco Denevi

No hay comentarios: