Ciertos momentos de nuestra vida son francamente aterradores. Basta frotar, mientras tomamos una ducha, la pastilla de jabón recién comprada esta tarde, para que emerja, súbitamente, de una de las burbujas, la mujer tantas veces deseada y nunca alcanzada.
Podemos contemplarla entonces, recorrer su desnudez una vez tras otra con miradas lúbricas, descubrir en sus ojos que ella también arde en deseos por nosotros. Pero no más. Todos sabemos lo frágiles que son las burbujas de jabón. Todos hemos visto cómo se deshacen cuando intentamos apoderarnos de ellas.
Miguel Gomes
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