El hombre, con los brazos abiertos delante de la puerta, le obstaculizaba el paso. Ella no pudo evitar una sonrisa, pese a todo.
–Pareces un Cristo.
–No te vas.
–Volveré en unos días.
–¿Está aquí de nuevo, verdad?
–¿Para qué lo preguntas?
–No te vayas.
–Déjame salir.
–¿Esto va a durar toda la vida?
–No lo sé.
El hombre se apartó, cruzó junto a ella evitando rozarla, se sirvió un trago y se hundió en un sillón, derramándose encima la bebida, mientras la puerta se cerraba. Se levantó de inmediato, fue hasta la ventana: sólo entonces se dio cuenta de que llovía.
–Se va a mojar –dijo, en voz muy baja.
–Pareces un Cristo.
–No te vas.
–Volveré en unos días.
–¿Está aquí de nuevo, verdad?
–¿Para qué lo preguntas?
–No te vayas.
–Déjame salir.
–¿Esto va a durar toda la vida?
–No lo sé.
El hombre se apartó, cruzó junto a ella evitando rozarla, se sirvió un trago y se hundió en un sillón, derramándose encima la bebida, mientras la puerta se cerraba. Se levantó de inmediato, fue hasta la ventana: sólo entonces se dio cuenta de que llovía.
–Se va a mojar –dijo, en voz muy baja.
Julio Miranda
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