jueves, 22 de enero de 2009

Náufragos

La balsa, abandonada a los caprichos de la corriente y sin ninguna voluntad que la rigiera. Unas tablas carcomidas. Un palo con unos calzoncillos flotando al viento. Dos hombres echados sin que el sol pudiese herir, ya, sus pupilas ausentes.
—Tengo sed —dijo García, que era un náufrago vulgar.
La balsa entraba, en aquel momento, en la playa de Miami. Canoas, bañistas, mujeres extraordinarias.
—Oigo voces…
—Espejismo —sentenció García, siempre mirando al sol.
Los bañistas comentaron:
—Qué gentes más raras. Ya no saben qué hacer para llamar la atención.
—Yo lo encuentro de mal gusto…
Y la corriente, poco a poco, arrastró de nuevo la balsa hacia el Océano Atlántico.
Los dos náufragos iban llegando a este punto en que resulta tan difícil morir…

Esteban Padrós de Palacios

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