La mujer del fotógrafo era joven y muy bonita. Yo había ido en busca de mis fotos de pasaporte, pero ella no me lo quería creer.
—No, usted es el cobrador del alquiler, ¿verdad?
—No, señora, soy un cliente. Llame usted a su esposo y se convencerá.
—Mi esposo no está aquí. Estoy enteramente sola por toda la tarde. Usted viene por el alquiler, ¿verdad?
Su pregunta se volvía un poco angustiosa. Comprendí, y comprendí su angustia: una vez dispuesta al sacrificio, prefería que todo sucediera con una persona presentable y afable.
—¿Verdad que usted es el cobrador¿
—Sí —le dije resuelto a todo—, pero hablaremos hoy de otra cosa.
Me pareció lo más piadoso. Con todo, no quise dejarla engañada, y al despedirme, le dije:
—Mira, yo no soy el cobrador. Pero aquí está el precio de la renta, para que no tengas que sufrir en manos de la casualidad.
Se lo conté después a un amigo que me juzgó muy mal:
—¡Qué fraude! Vas a condenarte por eso.
Pero el Diablo, que nos oía, dijo:
—No, se salvará.
Alfonso Reyes
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