Un hugonote que había jurado matar a Catalina de Médicis entró súbitamente en la recámara de ésta, que le pidió una gracia: que le permitiera rezar. El hombre consintió y la Regenta, en voz alta, rezó implorando el perdón para el asesino. Conmovido, el asesino dejó caer el cuchillo y se arrodilló. Catalina le hizo levantarse.
—¿Qué queréis que haga? —sollozó el hombre.
—Vete, hijo mío —dijo Catalina con dulce e irresistible autoridad—. Vete al cadalso.
Villiers De L'Isle-Adam
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