sábado, 8 de noviembre de 2008

Rancho de prisioneros

Cuando daban de comer a los prisioneros recién traídos, fatigados, torpes y hambrientos, aquellos soldados de cuarenta años, ya sensibles a las incomodidades del cuerpo, ya conscientes de las limitaciones del alma, se quedaban apoyados en el fusil, mudos, sin cambiar entre sí ni una mirada. Se entregaban al espectáculo, pensaban, pensaban…
Y veían comer, en silencio, al enemigo: fríos, absortos, como se mira comer a los animales del jardín zoológico: al mono y al elefante, al ciervo y al avestruz, al zorro, a la foca. Así, con una sensibilidad renovada, virgínea, miraban comer al Hombre —que nunca hasta entonces habían visto comer.

Alfonso Reyes

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