jueves, 23 de octubre de 2008

Sin contratiempos

Ha berreado agudamente en una sala blanca, cabeza abajo, por primera vez. Ha gateado y comido tierra, carbón, pelusas. Ha roto juguetes. Se ha partido la cabeza en su primer triciclo. Ha odiado a su maestra de primero inicial. Ha sentido la nariz de otro sangrando bajo su puño. Ha terminado de aprender a leer. Ha empezado a pensar en seguir o no. Se ha congelado en la bicicleta de reparto de una farmacia. Ha roto sus uñas en un torno y sus ojos en una escuela nocturna. Se ha acostado con una prostituta. Ha discutido con sus padres y ha partido. Se ha sentido inmensamente débil frente a la mujer con la que se ha detenido a hablar más de una vez. Ha vociferado goles e insultos en medio del sol o la lluvia. Se ha enceguecido con las nubes de arroz en la puerta de la iglesia. Ha oído chillar a su primer hijo. Ha aflojado el ritmo de la máquina. Se ha apoyado en una pared en cualquier atardecer. A través de todo el largo tiempo ha pateado piedras en las veredas desparejas con un placer de libertad y furia. Ha sido jubilado. Ha ido al médico. Ha bajado el picaporte de la puerta, esperado un rato. Ha desabrochado su cinto y bajado su pantalón. Ha puesto su espalda sobre el oído del médico. Ha dicho treintaitrés. Se ha puesto de nuevo la camisa. Ha oído leucemia o cáncer o anemia o tiene que cuidarse y no moverse. Ha pateado una última piedra en el atardecer caliente y tranquilo. Ha muerto ayer rodeado de los llantos como agujas de su esposa y los ojos sin respuesta de sus hijos. Ha pensado en una piedra rodando en una vereda gris y ha muerto.

Elvio Gandolfo

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